domingo, 26 de julio de 2015

París



Ciudad desvanecida - Beatriz Actis


Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París.
 Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande
                                                                              C. V.


París. El suave frío gotear del aguanieve, bajo al andén y camino
Hasta el centro de la gare, un mapa. Voy al hotel,
Miro la ciudad, las ventanillas sucias.
Primera vez París - quizás es demasiado -.
Después, dejo los bultos, acomodo un poco.
Bajo a la calle y camino por el Boulevard Haussmann,
las grandes tiendas que poco me interesan,
Al fondo La Opera.

Pregunto a unos belgas la idiota pregunta iniciática:
¿Adónde queda el Sena?
Mi olvidado francés estalla, se pone en marcha, pregunto,
pregunto si me pierdo, todo se puede preguntar, todo se puede contestar,
paso al lado de un cesto en el Jardín de Tullerías y tiro el mapa,
que se me dobla y se aja con el viento.
El frío obliga a tomar chocolate caliente.
El frío parisino de posguerra, la ciudad recuperada.

Notre Dame, suena un órgano cuando entro: la misa de las seis.
Afuera, una plazoleta cercada, ya oscurece, es el invierno,
Hay una vieja sola sentada en el banco verde,
me siento sobre una bolsa vacía de comida,
los asientos están húmedos,
y cae la tarde.


- dos -


 A las tres de la tarde
 llegué a la Gare du Nord y caía aguanieve.
Yo nunca había visto nevar:
 “Pues esto no es la nieve”,
dijo una mejicana al pasar junto a mí y atropellarme
con su bolso y su valija.
Claro, pensé,
no lo es comparada
con el paisaje del Polo
en esas películas de la televisión
de los sábados por la tarde
sobre Amundsen y las exploraciones en el Ártico,

esas películas
en las que, fieles a la historia,
Amundsen es algún actor de cara nórdica,
trágica,
como la de Max von Sydow,
por ejemplo,

y entonces, al lado
de la visión en pantalla gigante
de gente perdida o andando con perros
y precarios trineos
- pero al fin, trineos -
por un continente de hielo,
con los dedos de los pies a punto de ser
amputados,

lo que estaba cayendo a la tres
de esa tarde de febrero
sobre los andenes de la Gare du Nord en París,
no,
no era la concreción de ninguna idea
cinematográfica
sobre la nieve,

ni seguramente
tampoco
era la idea al respecto de la mejicana
que ya se alejaba atropellando
otra vez
extranjeros
con sus bolsos por el frío, inhóspito andén
de la gare.

- tres -

Como en esa película
con Bill Murray
que siempre vemos por la televisión,
en la que se queda atrapado
en un pueblito con nieve
y siempre es dos de febrero,
inexorablemente,
por lo tanto la rutina
se repite sin cambios
y él sólo logra amanecer
el día tres
el tres de febrero
cuando consigue
el amor de Andy McDowell,

así yo en París pensé:
Aguanieve, ventisca,
sola en esta ciudad deseada.

Tengo tanto
miedo de quedar atrapada

(en las despedidas todo se vuelve definitivo)

o de quedarme sola
para siempre

- cuatro -


Mientras camino hacia el hall
central con mi valija y mi paraguas
preparado para las lluvias
abundantes
subtropicales
sudamericanas
y no para el aguanieve de París,

pienso,

en algún momento de la marcha

(lo pienso como en una revelación
que nada tiene que ver
con el instante de mi llegada,
bajo esta lluvia particular
que reconozco)

en los sueños,
de repente

pienso
que en los sueños
no hay donde esconderse.

Y también:
Que las pesadillas
vuelven con el día
y emergen

como el cadáver de un ahogado


-cinco-



… recordé los viajes,
algún largo mediodía
parisino, aunque

¿cómo nombrar París
sin decir París?

Como confidencias



como confidencias
contadas a un extraño
como una llamada equivocada
en el medio de la noche

todo en el terreno de las pérdidas —
compré una guía de ciudades

a orillas del Danubio
solo para reconocer
cuántos lugares
(haberlo pensado antes, diría mi madre)
cuántos lugares existen
que no he visto
                                            Beatriz Actis